Brian Palao Abellán

Vicario parroquial de Ntra. Sra. de la Asunción de Cieza

Felipe encuentra a Natanael y le dice: «Aquel de quien escribieron Moisés en la ley y los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret». Natanael le replicó: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?». Felipe le contestó: «Ven y verás». Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño». Natanael le contesta: «¿De qué me conoces?». Jesús le responde: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi». Natanael respondió: «Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel». Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores». Y le añadió: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre». (Jn 1, 45-51)

A lo largo de toda la Historia de Salvación, Dios ha salido al encuentro del hombre. En ningún momento ha apartado su mano de él.  Hemos sido creados fruto del amor de Dios, por ello tenemos que vivir para amar. No podemos dejar de lado el descubrir la necesidad que el hombre tiene de Dios; si no vivimos esto estaremos incompletos, como bien decía san Agustín, «nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti»[1].

Celebrar la fiesta en torno a un discípulo del Señor, nos recuerda que vamos tras los pasos de Cristo. También hoy nosotros como cristianos estamos llamados a ser discípulos de Cristo. Un cristiano vive continuamente buscando la voluntad de Dios en su vida, descubriendo aquello a lo que Dios le llama. Leíamos anteriormente el pasaje bíblico en el que vemos como Jesús llamó a Bartolomé, hoy, el mismo Jesús también nos llama a cada uno de nosotros a una misión en particular. ¿Cómo puedo yo descubrir a qué me llama? El primer paso será estar dispuesto a escuchar la voluntad de Dios para con mi vida. Todos los bautizados, por el bautismo hemos recibido una llamada en particular, la llamada a la santidad, ¡A ser santos! Sí. Y esto se concretiza en una vocación concreta.

Podemos pensar que esto es un imposible, pero es el Señor quien nos da la gracia para poder vivir nuestra vida así. Los santos son nuestros ejemplos que nos muestran cómo es posible esto. Ellos han sido personas como nosotros, con sus debilidades, con sus miedos, con sus dudas, pero que en un momento particular de su vida supieron escuchar aquella llamada y se fiaron de Dios. Necesitamos pararnos y escuchar. Vivimos en un mundo rodeado de muchos ruidos que nos impiden escuchar la voz de Dios. Necesitamos del silencio, y la llamada que el Señor nos hace viene por aquí. Dios nos habla en el silencio, no en el ruido del mundo. Jesús descubre a san Bartolomé debajo de la higuera, en la soledad y lo llama a cosas mayores. Así pasa también con nosotros, la llamada de Dios pasa por el silencio, nos llama siendo lo que somos, para estar con Él, aprender de Él, ya que es nuestro modelo y así, ser hoy sus discípulos. Discípulo, nos dice el Papa Francisco, es aquel que se deja guiar por Jesús, que abre su corazón a Jesús, lo escucha y sigue su camino[2]. Los cristianos somos los discípulos de Jesús en nuestro mundo actual.

Y cuando uno ha descubierto que es discípulo, al igual que san Bartolomé, es enviado. ¿Pero enviado a qué? Enviado a ser discípulo de Jesús hoy, en nuestro mundo, en Cieza. Sí, estamos llamados a esto. El Señor nos envía a ser sus discípulos. A ser su imagen en medio de nuestra sociedad, de nuestra cultura, en nuestro entorno que tanto necesita y en ocasiones anhela a Dios.

Los apóstoles, tras conocer a Jesús y participar de la resurrección, recibieron al Espíritu Santo e inaugurarían el tiempo de la Iglesia. Un tiempo nuevo donde los apóstoles del Señor fueron anunciando la Buena Noticia, el Evangelio, que nos llega hasta nuestros días. Mostrando cómo Dios, que nos ama, ha muerto por nosotros y ha resucitado, reconciliándonos de nuevo con Él. Han sido testigos del amor de Dios y esto los llevó a amar a los demás, llevando este amor a todos, sabiendo que iban en el nombre del propio Jesucristo, cuya misión es llevar a los hombres de nuevo al Padre, aunque eso conllevara dar la vida en la Cruz. Como bien dice la carta de san Pablo a los Romanos: Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien; a los cuales ha llamado conforme a su designio. Porque a los que había conocido de antemano los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó. Después de esto, ¿qué diremos? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? (Rm 8, 28-31).

Haber descubierto la llamada que Dios nos hace, nos lleva a ser enviados y ser nosotros testigos de Jesucristo en medio de nuestro mundo. Según la tradición, nuestro patrón, san Bartolomé, sería enviado a anunciar el Evangelio a la India, donde se dejaría la piel literalmente por anunciar el Evangelio, dando su vida por Dios y por el Evangelio. Nada le impidió dejarlo todo por ser un enviado de Jesucristo en su mundo. Los apóstoles tenían el deseo de llevar a Dios, su mensaje, su amor, su resurrección, a toda la humanidad. No podemos perder este celo puesto que toda la Iglesia esta llamada a esto. Esta es la misión de la Iglesia perennemente asistida por el Paráclito: llevar a todos el alegre anuncio, la gozosa realidad del Amor misericordioso de Dios, «para que —como dice san Juan— creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre»[3].

En conclusión, san Bartolomé fue llamado por el Señor, cuando menos se lo esperaba, descubrió el amor de Dios en su vida y tras experimentarlo, fue enviado a anunciarlo a todos. También nosotros somos llamados y enviados. Redescubramos nuestra llamada, interroguémonos acerca de cuál es mi llamada y adónde soy yo enviado. Pero principalmente unámonos cada día más al Señor que nos espera y quiere que, al igual que nuestro patrón, podamos ser nosotros hoy sus discípulos, sus testigos en medio de este mundo, de nuestra sociedad y estemos también nosotros dispuestos a entregarnos por completo a la misión y su llamada.

[1] SAN AGUSTÍN, Confesiones, I, 1.

[2] PAPA FRANCISCO, oración del Ángelus, Domingo, 13 de febrero de 2022.

[3] BENEDICTO XVI, oración del Regina Caeli, Domingo 11 de abril de 2010.